10 Ene EL PRINCIPIO FEMENINO EN LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
Artículo de Alicia Carrasco. Quien participará el 27-Julio-2016 en los Cursos de verano de Verano de la Escuela Andalusí.
“La manufactura del oro de Cleopatra” es una lámina que encontramos dentro de una obra alquímica anónima, escrita probablemente en Alejandría en el siglo II d.C., es decir, justo en el lugar y en la fecha en la que los historiadores sitúan el nacimiento del Hermetismo.
Pero Cleopatra no es la única mujer que vislumbramos en su historia: María la Hebrea, María la Judía, o María la Profetisa, vivió entre el s. I y III d. C., aunque algunos la hacen contemporánea de Bolo de Mendes, alrededor del siglo II a.C., considerado como el autor del primer texto alquímico conocido. Si esos datos fueran ciertos, podríamos situarla como una de las precursoras del hermetismo y la alquimia griega. María es la autora de un librito titulado “Diálogo de María y Aros”, que ha sido y es muy reconocido por los alquimistas posteriores.
Estos dos ejemplos nos ponen en la pista de la existencia de mujeres alquimistas, aunque sea de forma minoritaria, desde el mismo momento en que surge la alquimia.
Pero lo femenino y la mujer no deben ser confundidos, aun cuando son dos conceptos relacionados e interconectados a lo largo de toda la historia.
La filosofía hermética es fundamentalmente una filosofía natural, un estudio de la Naturaleza (sí, de la naturaleza con mayúsculas) tal y como la entendían los filósofos en la antigüedad: un principio generador, el conjunto armonizado por leyes de todo lo que existe, una fuerza activa y natural, o como nos dice un alquimista “es la masa de todos los seres que componen este mundo visible, y el principio distinguido de Dios, aunque emanado de él que lo anima” (Aurea Catena Homeri).
Para empezar a conocer la base del hermetismo podríamos fijarnos en la interesante lámina que nos brinda Cleopatra: en ella encontramos las palabras griegas “εν το πάν” rodeadas por el Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, uno de los grandes símbolos de la alquimia, cuyo significado nos muestra que “Uno es todo”; y otro emblema, el de los círculos concéntricos con las palabras Una es la serpiente que tiene su veneno de acuerdo con dos composiciones y Uno es Todo γ a través de este Todo γ mediante este Todo γ si no se tiene Todo, Todo es Nada”.
Efectivamente, el punto de partida es el principio de Unidad, el Espíritu Universal que conduce en inicio a una multiplicidad, que posteriormente recorrerá el camino inverso, de ahí que una de las primeras lecciones a aprender sea la que nos escribe el Adepto Cyliani en su obra “Hermes desvelado”: “De uno por uno que no es más que uno, se hacen tres, de los tres dos, y de dos Uno”.
El Uno es el Espíritus Mundi, un éter generador, al que Yabir Abu Omar define como “la manifestación consciente de la Fuerza Creadora de Dios”, que oscila en un movimiento continuo entre dos extremos que son opuestos y complementarios a la vez, porque, “pese a ser en realidad uno, cumple la orden de multiplicarse o duplicarse”. En uno de esos extremos se encuentra en su momento de máxima disolución (estado “solve” o “mercurial”), y en el otro, cuando está en su máxima concentración, es llamado estado “coagula” o “sulphur”.Ese mundo bipolar generado o creado a partir del Espíritu Universal marcará el devenir de la Naturaleza ordenándola y fijando unas leyes en su funcionamiento:
Al mercurio se le asignaron varios papeles y cualidades: lo femenino, lo pasivo, la tierra, el cuerpo, lo frío, lo húmedo, la multiplicidad, el movimiento, el número par, el lado izquierdo, la oscuridad, el elemento líquido, el agua, la Luna, la plata, y un sinfín más de atribuciones que se colocan en uno de los platillos de la balanza.
La función del alquimista será la de imitar a la naturaleza en sus operaciones, sólo así logrará retornar al principio ansiado de la Unidad, para lo cual deberá seguir el apotegma “solve et coagula”, disuelve y cuaja. Pero ¿qué es lo que debe disolver y coagular? En su laboratorio debe disolver la materia elegida para sus trabajos en sus principios masculino y femenino, purificarlos, y una vez limpios de toda mácula volver a unirlos, formando un andrógino, un hermafrodita. En el transcurso de sus operaciones, el alquimista debe mimetizarse con su materia logrando igualmente resurgir como un verdadero hijo de Hermes. Para ello es imprescindible la correcta conjunción de su lado masculino y femenino.
Pero el hermetismo no es sólo alquimia, es también filosofía, metafísica, magia, astrología y espagiria. Las leyes que rigen el mundo de la alquimia son las mismas que las de sus ciencias hermanas; conocer, identificar, y trabajar el principio femenino será necesario si queremos convertirnos en unos verdaderos filósofos, en unos verdaderos amantes y buscadores de sabiduría.