10 Ene La mujer entre Paris y Hector
La mujer entre Paris y Hector
Por Eduardo H. Grecco
En momentos de gran melancolía, cuando en mi conciencia se proyecta la sombra del final de nuestra civilización, tal vez como un desplazamiento del final de un ciclo de mi vida o de mi vida misma, me viene, insistentemente, a la memoria, el personaje heroico de Héctor, el hijo del rey de Troya, a quien Aquiles mata, a todas luces en un combate desigual.
Héctor sabía que iba a perecer y que Troya iba a ser destruida, Alcanza con el leer el canto VI de la Ilíada para que esto quede claro. Tampoco se hacía muchas ilusiones sobre Páris y le dolía, profundamente, que este baladí príncipe, fuera la causa metafórica de la tragedia que se avecinaba, que hubiera dado justificación a los griegos para ejecutar su obra destructora y terminar con una rivalidad geopolítica. A pesar de todo esto, Héctor continuaba acatando su destino y realizando su labor como guerrero. Así murió, sin ilusiones y en paz con su conciencia.
Me gusta imaginar que los caminos paradigmáticos de la historia han sido anticipados por los griegos y sé que, así como el Asia vencida en Troya volverá por su desquite, del mismo modo, el arquetipo de Héctor regresará por el de Aquiles. Y, no sólo como algo exterior sino dentro de cada uno de nosotros, dentro mío.
Del mismo modo que Páris opaca a Héctor en el mito, Helena lo hace con Andrómaca, la esposa de Héctor. Sería muy ilustrativo, como aprendizaje de vida, recuperar esas memorias y aprender de sus valores y lecciones.
Cuando una mujer toma conciencia de su poder de Helena y lo sujeta para cultivar a su Andrómaca interior, da un paso en su evolución. Para eso, la mujer, debe dejar de quedar seducida por la belleza de Páris y dejar de buscar en los hombres ese arquetipo y, en cambio, abrirse a la bella sencillez de Héctor. Tanto Paris como Héctor son aspectos de Dionisio, uno representa el erotismo, otra el misticismo. Una mujer Afrodita se queda con Páris, una mujer Medea elije a Héctor pero, una mujer Andrómaca sabe unir en su interior ambas corrientes emocionales. No importa si afuera están separadas, lo significativo que dentro de la mujer sean una unidad. Se convierte, entonces, en la Sofía del gnosticismo.
Ahora si miramos el legado floral de Bach nos damos cuenta como, desde varios lugares la unidad de ambos aspectos, místicos y eróticos, se hace posible concretar. Uno de ellos es el que se refleja en Mustard, de la cual Bach hace una singular descripción, que solo es capaz de realizarla quien ha atravesado por sus tinieblas.
El rasgo de Mustard es la fe, que se entreteje como contrapunto del abatimiento, depresión, melancolía, desaliento y tristeza que envuelve a la persona que transita por sus entrañas. Justamente, esta flor enseña a ir hacia adelante en los momentos oscuros de nuestra vida, alentados por la sólida confianza de saber que, aunque nos hundamos en la sombra, volveremos a la superficie de la consciencia. ¿Cuál es la consecuencia de este movimiento del alma? Lograr una mayor claridad al experimentar el proceso de la vida, enfrentar la sombra como un aspecto integral y esencial de nuestra evolución. Tener fe en nuestros procesos oscuros y aceptarlos, como una contribución a nuestro aprendizaje de unir aquellos aspectos de nosotros que estaban relegados, implica comprender que en la oscuridad hay luz. Y, en la mujer, esto supone una situación particular: darse cuenta que el erotismo es esencialmente una experiencia mística, que ser deseada puede significar una demanda de encuentro espiritual y no sólo un pedido carnal. Mustard, suele hacer de la gruta vaginal un templo donde la mujer no solo cobija al varón sino que le enseña a convertirse en hombre; a abrirse al amor sin pedir garantías de promesas, anidada en la “fe”, según la cual, aún en el dolor, el amor es siempre luz.