10 Ene Escuela de Pensamiento
Favorecida por la creencia de que lo que vemos es la consecuencia de la realidad existente, la inercia refuerza la continuidad de una actitud que desea el cambio del mundo; sin reparar en que el mundo es la interpretación de lo que mantenemos en nuestro interior como creencia. Si el mundo es justo, injusto, bello, malvado, ecológico, tóxico… no es, sino la consecuencia de las interpretaciones vivenciales de quienes, desde su personalidad, dicen conocer al mundo como una identidad separada de ellos.
Aparte de que el mundo también soy yo; “yo”, como una parte del mundo, participo de la idea transformadora de que defino al mundo desde mi visión. Más allá aun, y sin sentimiento de apropiación: el mundo soy yo; no sólo como una porción, sino como probabilidad existencial de una creación, que en esencia se percibe a sí misma de acuerdo con la creencia “temporal” que mantengo como realidad consciente. Tantos mundos como almas en evolución, tantos credos como yoes necesitados de amor. Todos son Uno y el mismo mundo al unísono, todas las creaciones, posibilidades, probabilidades, “reales”, en cuanto que cada quien lo vive como verdad, y muestra una posibilidad existencial de un todo, que podría alcanzar la plenitud, si saliésemos de la creencia de que el mundo es una entidad separada del observador.
La idea de que lo que veo es lo que existe, lleva a las mentes a la copia incesante de una realidad inventada, que se transmite de padres a hijos y se hace fuerte por la colaboración diaria de todos los que participamos en ella. Esta creencia se instauró en el planeta mediante la propuesta de Descartes, aceptada por la mayoría, de distinguir y diferenciar entre mente y materia, otorgándole exclusivamente a cada una de ellas las competencias de lo religioso y lo científico, respectivamente.
Como definió Maturana “La objetividad, en último término, tiene su fundamento en el supuesto de que existe una realidad independiente de uno desde donde se valida lo que uno dice”. Esa supuesta realidad es la que estudia la ciencia autorizada, la que se mantiene a través de la transmisión de esa visión del mundo, que nació de una interpretación mental específica en un momento dado de la evolución de la humanidad, y que se ha instaurado como verdad. Esta postura defiende la existencia de una realidad “material”, que existe por ella misma, externa y ajena al observador que la define. De ahí que lo que muestra “la ciencia” ha de ser universal y acatado como norma general para todas las mentes existentes en el tiempo, pues su visión es la consecuencia de la medición y datación de una realidad en sí misma, que estudia como entidad ajena a su existencia.
Con esta visión, en su momento, las universidades perdieron su objetivo de inicio: la formación del Ser, el desarrollo del arte de vivir, y la esencia de la búsqueda de la verdad a través de la contemplación y el gobierno de los caracteres; para convertirse en educadoras de servicios y proveedoras de “salidas” profesionales, trasladando ideas “limitadas” de acuerdo a los “ismos” imperantes en cada legislatura del poder, pero siempre desde el paradigma de la visión externa, de la vida como una entidad ajena al sujeto que la estudia.
En la actualidad, dentro de la mente colectiva mundial permea la idea de que lo científico, es decir, lo instaurado en la sociedad de consumo, garantiza la evidencia de una realidad universal, y esta afirmación está suscrita por una creencia tan extendida, que incluso se ha configurado ya como incuestionable. A día de hoy, es casi imposible, a pesar de las evidencias desastrosas que estamos experimentando como colectivo humano, salir de esa interpretación del mundo, que pretende gobernar también las leyes de la Naturaleza y el sentido de la existencia humana.
A pesar de que en su momento, grandes mentes postularan verdades paralelas, como en el caso de Jung, Groff, Bohn, Sheldrake, o Wilber, entre otros, y mostraran evidencias de orden trascendente; éstas han sido relegadas a la superchería o a la falta de rigor “científico” y desechadas como patrañas que sólo distraen a las verdaderas mentes consagradas al orden destructor del mundo.
La palabra paradigma implica el concepto de «cosmovisión». Es la forma por la cual se entiende al mundo, al hombre, y por supuesto, a las realidades aprobadas por ese tipo de conocimiento. Todo ello está ligado a una serie de presupuestos aceptados que podemos denominar creencias de partida, que son incuestionables por ser parte del paradigma desde el que se perciben las cosas. En nuestro caso, al referirnos al paradigma reinante, hemos de trasladar la idea de que lo que se define como verdad, no es más que el acuerdo, paradigmático, que se ha establecido como base para desarrollar una ciencia y un modelo relacional humano.
El actual paradigma promueve la idea de una verdad externa universal que se evidencia como consecuencia de la repetición de hechos que constatan esa verdad, por lo que existe la necesidad de aceptarla colectivamente como un hecho innegable, todo aquél que no acepte, repita, y viva de acuerdo a ella, está fuera del sistema y por lo tanto, se convertirá en un ser, en un colectivo, o en una realidad marginal.
El modelo educativo actual, está tan extendido, aceptado y avalado en la propuesta de las verdades absolutas y las adecuaciones formativas para cumplir con la necesidad inventada de adquirir un puesto de trabajo y de tener una forma de ganarse la vida, que se ha perdido de vista la necesidad de enseñar a vivir. En nuestro mundo inventado, se ha diluido el legítimo espíritu formativo, el sentido real de la enseñanza académica, despreciando tanto las necesidades expresivas humanas, como el desarrollo de las habilidades espirituales que permitirían a la consciencia mantener un vínculo sinérgico con el mundo y las conciencias de todos los seres que en él habitan. Esto favorecería la unidad integradora que permite la convivencia pacífica y armónica desde la diversidad complementaria, de acuerdo a las necesidades reales del colectivo y del Planeta; y no, como ocurre ahora, a las exigencias inventadas por una mente poderosa, que ambiciona un tipo de vida que está llevando a la humanidad y al Planeta, por la interpretación de la mente humana que se replica constantemente en las aulas, hacia la destrucción.
Tanto ha calado esta pseudo verdad, que incluso en los ámbitos “alternativos”, donde se habla de cambio de paradigma y de desarrollo de la consciencia, se repiten los modelos escolásticos que centran la atención en la formación, y salida profesional, más que en la liberación de la mente del individuo, para que desde su verdadera condición evolutiva, pueda recrear en su parcela piscogeográfica el área del mundo que le corresponda por evolución, favoreciendo con ello la emergencia de nuevos espacios, tanto psíquicos como urbanos, para seguir la exploración de esta entidad única, el mundo que nos contiene, y desde donde puedan manifestarse tantas probabilidades como entidades exploradoras transiten en el tiempo, sin interferir, contradecir, ni descalificar la interpretación que por su nivel, como unidad personal, han alcanzado de la totalidad, o del mundo, y se expresen para compartir creativamente, promoviendo así ajustes de complementariedad, según las necesidades especiales de cada segmento particular, círculo, familia, sociedad, etc.
Nos encontramos en un momento creativo que no pretende confrontar ni abolir, sino expresar y consagrar espacios de orden renaciente, que fomenten la diversidad generadora y exploradora de las mentes libres que se inician en el mundo para comprender el verdadero sentido de la existencia. Estamos frente a la oportunidad de recuperar las Escuelas de Pensamiento, como espacios favorecedores del autoconocimiento y de la evolución, en los que se expresen, en lo colectivo, las nuevas evidencias nacidas de la propia entidad global a través de sus unidades particulares, que se muestran en el mundo como personas. Estas Escuelas han de fomentar la experimentación de lo trascendente del Ser, y la apertura hacia el descubrimiento, por sí mismas, de las personas que se internen en sus aulas, alejadas de dogmas o ideas de partida que castren la posibilidad de alcanzar nuevas propuestas innovadoras acordes con los escenarios de su tiempo.
Por encima de la ciencia, de la religión, o de la espiritualidad “chata”, la necesidad integrativa del ser humano trasciende los ismos, y las limitaciones estructurales que hasta ahora han compartimentado la información libre de condicionantes, que aún se mantiene intacta a pesar de la interpretación que se le dio en el pasado.
Estas Escuelas han existido en todos los tiempos, a veces veladas por temor al descrédito o a la aniquilación; les inspiraba el amor a la verdad, al ser humano, a la Naturaleza y al Cosmos, que en realidad, desde su cosmovisión, eran una misma entidad. Desde que en el año 529 d. C. el emperador Justiniano cerrara la Academia (y el resto de escuelas filosóficas atenienses), prohibiendo la enseñanza de la filosofía, hasta nuestros días, se han sucedido muchos episodios de renacimientos y oscuridad en el ámbito docente. Cada cambio político en el gobierno lleva implícita una renovación vinculada a la interpretación del modelo del mundo que quieren transmitir en las aulas, para que más tarde la visión del mundo tenga visos de universalidad y así conquistar las mentes e inventar una realidad que no se sostiene, porque está acabando con el campo de pruebas de nuestra interpretación, el Planeta Tierra.
La Escuela Andalusí, nuestra Escuela de Pensamiento, abre sus puertas a la exploración del sí mismo, del self, tanto en el humano como en el cosmos, tanto en el mundo, como en la psique; buscando que el alumno encuentre la verdadera naturaleza mutable del Universo, en el único lugar en el que lo puede hacer, en su interior, reconociendo como perfectas todas las formas de emanación del Todo que coexisten en él.
Más allá de los centros formativos al uso, hoy, más que nunca, necesitamos Escuelas de Pensamiento que recuperen la figura del hombre y la mujer justos, que fomenten el libre pensamiento y con ello, la felicidad.
Luis Jiménez.